martes, 3 de febrero de 2015

Toñín y la Candelaria.

Toñin y Miguelete estaban encendiendo un cigarrillo detrás de la caseta del grifo. Estaba la tarde fría pero soleada y, mientras se lo pasaban uno al otro, se calentaban las manos frotándoselas.

-Chacho, Migue, este año ¿qué pasa? ¿Es que no vamos a hacer la Candelaria? Ya faltan apenas dos semanas y nadie ha dicho ná… y venga, trae ya ese cigarro, que te lo vas a fumar tú solo, so caradura… Oye, ¿has traído perrillas?, que eres tu muy listo, ¡anda!… La última vez nos fio la Francisca y aún se lo debemos y,  como se entere mi padre que le dijimos que el tabaco era para él, nos mata a los dos.

Miguelete disfrutaba el humo de su calada sin apenas ponerle cuidado a su preocupado amigo. Son menores de edad y se las ingeniaban para comprar el tabaco con argucias.

-Sí, en eso estaba yo pensando ahora, en la Candelaria: nos hartamos de ir a buscar leña y luego vienen los del quinto pino y a última hora nos la roban. ¡Anda y que le den por saco!

-Pero... que traigas ya el dichoso cigarro, ¡jolín!, y la próxima vez vas a poner tú la cara, so mamón.

Miguelete por fin le da el pitillo a su amigo y sigue refunfuñando, pero este trata de convencerlo.

-Venga ya, tío, no seas plasta. Ya buscaremos dónde guardar la leña, y las nenas seguro que se animan también a ayudarnos a recabar la leña, que muchas veces se hacen las remolonas de juntarse con nosotros. Seguro que la Pili y la Maite vienen y tiran de los hermanillos, y se lo decimos a José y al Lolo también.

-Sí, hombre, a esos dos, para que se chiven luego y vengan y se lo lleven a la que hacen al lado de las escuela. ¡Estás tú listo!
-Tú eres un poco tonto, ¿verdad? -le dice Miguelete, dándole a Toñín un pescozón en la cabeza. -Bueno, un poco no, tú eres tonto del culo. ¡Vamos!,  anda, venga ya, vamos a casa de la Francisca a pagarle el tabaco, que le he pedío a mi vieja para comprarme un Tronquito. Le pagamos y compraremos tres o cuatro cigarros. A mi padre no le pillo el paquete abierto hace días para quitarle alguno, así que habrá que alargarlos.

Toñín le contesta enojado:

Sí, sí, alargarlos, ¡ serás cabrito!, pero si el que más chupa eres tú.

Cuando llegaron a casa de Francisca, estaban allí Quico y Rafa, dos mozos veinteañeros, vecinos de la calle, sentados en la cocina al calor de esa estufa de hierro que se ponía al rojo con el buen carbón de nuestras minas y que daba calor a toda la estancia. Solían ir por allí a comprar el tabaco y unas aceitunas buenísimas que preparaba la anciana mujer. Esta vendía chucherías, tabaco y preparaba aceitunas, berenjenas en vinagre y altramuces, por los que se la conocía. Vivía sola y ellos, mientras,  comían pipas y echaban algún cigarro; se contaban sus cosas; se metían de broma con ella para oírla reguñir y luego todos se reían.

-Francisca, cóbrese usted de los cigarros del otro día -dijo Toñín. -Hombre, chavales, ¿qué os contáis? -dijo Quico.

-Pues ná, que este no quiere hacer la candelaria, porque dice que luego nos quitan la leña después de acarrearla. El año pasado no se hizo y al final nos fuimos a verla a la plazoleta de al lado, y yo quiero que la hagamos en la nuestra, que sea la más grande, aquí en la esquina del Hierro, pero este tío es más saborío que un plato de nabos y está en un plan más tonto que ná_

-¡Que paso, chaval!  Ya te lo he dicho, mira que eres cabezón, ve tú si quieres, si tantas ganas tienes -insistía Miguelete con desgano quitándose la cazadora de pana marrón y sentándose al lado de Rafa, al que hizo un gesto con la mano para que le diera un puñado de pipas. -Uf, qué calor hace aquí - musitó.

Rafa, poniéndose de pie y sacudiéndose las cáscaras de pipas que habían caído en su jersey, se dirigió a los muchachos mientras Francisca le reñía, remangándose las mangas de su bata enguatada azul marino:

¡Eh, eh, tú, que no se te ocurra dejarme el suelo así; anda y coge la escoba!

-Que sí, Francisca, que sí, mujer, que ahora te las barremos -le decía Rafa mientras la abrazaba de broma.- So reguñona, que te vas a poner más arrugá . Vamos a ver chavales, este año vamos a hacer una gran Candelaria, así que… a reunir a la pandilla y a preguntar entre los vecinos si tienen algo para quemar y al campo a por lo que pilléis. Vamos a buscar un sitio donde guardarla.

Después de pensar un momento, el joven alto y corpulento de pelo rubio con el tatuaje de una pequeña sirena en la muñeca, exclamó:

-El corralón de la Fernanda es un buen sitio y seguro que nos lo deja. No os preocupéis que yo hablo con ella, así que, ¡hala!,  que no se diga.

-¿Qué dices, chacho? Si podemos guardar la leña donde la Fernanda: eso está cerrao con llave y ahí no nos la quitan. Además seguro que estos grandullones se enrollan y nos ayudan, ya verás.

Toñin azuzaba a Miguelete, muy entusiasmado, y este arrugaba un poco el hocico pero parecía que se iba convenciendo.

-Hey, hey, de ayudar no hemos dicho nada ¡Eh!, el acarreo es vuestro, luego os hacemos nosotros el chozo y organizamos una buena fiesta.

Quico guiñaba el ojo a Rafa y los incitaba a ponerse manos a la obra. Francisca fue la primera en decirles que se llevaran los sarmientos de las parras y la tala del olivo, también unos palos viejos que se habían cambiado de la navecilla del corral. Pronto reunieron a los demás amigos y a las chicas, que a esas horas de la tarde solían jugar en la esquina de la calle a la cuerda o al truque.

-Hey, chicas, ¿os apuntáis a venir a por leña para la Candelaria? Este año tenemos donde guardarla- dijo Toñín- y el Quico y el Rafa dicen que nos ayudarán. ¡Veréis que bien lo pasamos!

-¡Anda!, que esos se van con las novias y luego no se pringan- dijo Pili, una pelirroja con pecas de grandes coletas, pero Toñín la interrumpió:

-Que sí, que van a preparar una fiesta, así que las novias también vendrán. Anda, venga, mañana quedamos aquí después del colé, ¿os parece?

-Mi madre no sé si me dejará. Primero quiere siempre que haga los deberes, y eso de ir con los nenes no le hace mucha gracia -dijo Maite, una morenita de corta melena y ojos negros. -Haré lo que pueda, la verdad es que me hace ilusión. Venga, chicas, a convencer a nuestras madres. Será divertido ir con los chicos. -Sonrió animando a sus amigas.- ¡Mañana nos vemos!

Al salir del colegio el día siguiente los chicos se fueron para la esquina y allí se encontraron todos pese al temor de Maite de que su madre no la dejara: le prometió no descuidar los deberes y llevarse a su hermano de 7 años, y Pili también iba con el suyo más o menos de la misma edad. La pandilla andaba entre los 12 años y responderían de ellos. Empezaron por las casas de los vecinos. Casi todos guardaban en el corral la poda de los olivos y los chiquillos tiraban de las taramas con cuidado por el pasillo de la casa hasta la calle, bajo la mirada atenta de la vecina. Algunas refunfuñaban porque aún tenían ropa tendida al sol en el pedregal del corral o en los cordeles y al final al abuelo le tocaba sacar las taramas con cuidado para que los chiquillos se la pudieran llevar y no tener que volver otro día.

Cuando iba cayendo la tarde ya tenían a buen recaudo su trabajo en el corralón de Fernanda que les abría y les cerraba la puerta con llave. Las tardes siguientes fueron para Loleón y por esos caminos recogían ramillas secas, tablas viejas o lo que pudiera servir. Hacían un alto en el camino que aprovechaban los más pequeños para escurrirse por los muros de los puentes de las alcantarillas como si de un tobogán se tratara, y los mayores echaban su cigarrillo a escondidas. Las chicas les regañaban advirtiéndoles que se iban a chivar a sus padres; estos, a cambio, las invitaban a probarlo. Pili se atrevió, pero solo le hizo toser y mandó a los instigadores a freír monas. Las otras ni lo intentaron siquiera:

-Uf, qué asco, no sé cómo os gusta, ¿qué le sacáis a esto? -escupía Pili con malestar. -Ah ya, que así sois más machotes, ¿no? ¡Pues vaya mierda de tabaco! Anda, vámonos ya para allá, que María se ha quedado con los peques y no me fío.

Los demás se reían con ganas al ver la mala cara que ponía ella. El pequeño Paquito, hermano de Pili, se había caído y se había arañado bien la pierna.

-Eres un trasto, Paquito, verás ahora la mamá, y tú María, ¿por qué no le has reñío?,  que esa alcantarilla es más alta… Claro, te habrás tirado tu también, ¿no ves que ellos son más chicos? Hermanito, te has roto el pantalón, menudo siete, verás tú la mamá la que nos va a liar. Anda, trae que te ponga mi pañuelo y te tape la pupa.

Pili echó un poquito de saliva sobre la rozadura y el crío se quejaba:

-Quejica, no te hubieras tirado por ahí, que eres un bicho.

-Pues no te hubieras ido tú con los nenes. Ahora vas y me echas a mí la culpa, ya, ya. Hubieras estado tú, ¡no te fastidia! -se defendía María casi acongojada ante la riña de Pili.

-Ale, ale, vámonos, que se nos va a hacer tarde y nos van a reñir, recojamos todo esto y para casa -dijo Miguelete.

Al llegar a casa, la madre de Pili curó a Paquito, que chillaba porque le escocía la pupa, como él decía, y riñó a la muchacha, aunque sabía que el pequeño era muy travieso:

-¡Ay, so demonio trastolero! Mañana no te vas con ellos -precisó su madre, con cara de pocos amigos- y encima me haces polvo un pantalón que está nuevo. Hala, a ponerle una rodillera; desde luego, no paras. Mañana ya sabes: ¡castigao!

-Que sí, que mañana ya estoy curao, mamá, que ya no chillo más y me porto bien, pero anda, déjame, que ya tenemos mucha leña, mamá, para hacer un chozo mu grande!

Y alzaba los brazos y se ponía de puntillas. La madre no pudo menos que sonreírse:

-Anda…, anda…, so bichito de luz, que eres un bichito de luz, que te las sabes toas, ya veremos.

A la mañana siguiente era sábado y también la víspera de la Candelaria. Tenían mucha leña, pero no estaban satisfechos y lo peor es que ya no sabían para dónde ir, cuando vieron a Rafa que los andaba buscando.

-¿Qué, cómo lo lleváis?
-Bueno, tenemos mucha, pero eso arderá enseguida y se quedará en nada -contestó Toñín.
-Pues ya me estás reuniendo a la pandilla, que nos vamos para el Peñón. Decidle a vuestros padres que venís con nosotros, sobre todo por las niñas. Coged un bocadillo, agua y aquí nos vemos en media hora.

Los muchachos no esperaban esto y se fueron corriendo a avisar a los demás. Se juntaron todos y también las novias de los mayores y sobre las laderas del Peñón cortaron buenos haces de jara y portaron troncos viejos que había por el arroyo que baja a la poza. Entre bromas de los mayores, las riñas a los más pequeños, algunas cancioncillas camperas que las muchachas cantaban de vez en cuando y aquellas cosas que se aprenden sin pretender de los grandullones, como ellos decían, vivieron casi una aventura desde el Peñón. Cuando llegaron con la carga al corralón se encontraron con otra sorpresa: unos vecinos estaban descargando un remolque con puertas y muebles viejos de un cortijo y otro los estaba descuartizando.

-Chacho, Migue, chicos, este año sí que sí, ¡menudo candelorio vamos a tener!

Toñín chocaba la palma de su mano con Rafa y Quico dando un gran salto. Estos se miraban con complicidad y todos sonreían con la alegría de los muchachos. Llegó el día esperado y todos almorzaron temprano para ir acarreando de nuevo la leña a la plazoleta cercana. Los chiquillos iban y venían al corralón y los mayores organizaban y montaban el chozo. Antes del atardecer ya estaba todo listo y ya algunos curiosos se asomaban a ver la gran montaña de leña. Sobre la pared de la caseta del grifo, una gran radio, cintas de música y un par de buenas mesas que iban llenándose de platos con tapitas de morcilla, chorizo y torreznitos de las recientes matanzas, rebanaditas de pan, algunas aceitunas, refrescos y, cómo no, una buena bota de vino, también algunos gusanitos y patatas fritas para los muchachos. Cuando las primeras estrellas se dibujaban en el cielo, Quico y Rafa encendían la candela, que empezó despacio a crepitar y alimentar las llamas, que se crecían alumbrando y dando calor a la oscura y fría noche. La música rumbera sonaba y las tapitas y la bota iban y venían entre los vecinos. Se había iniciado la fiesta, que duró hasta la madrugada para los jóvenes. Después de aprovechar las buenas brasas para asar chacinas más tiernas, los mayores se fueron retirando a dormir llevándose a los más pequeños. A la mañana siguiente había unas estupendas ascuas para cubrir los braseros de picón que calentaban los hogares de los vecinos. Toñín siempre recordó de una manera muy especial aquella Candelaria, que fue la más grande de los alrededores y la complicidad de Quico y Rafa, que tan gratamente les había sorprendido a todos. Desde entonces, todos los años, gracias a Dios, no dejan de hacer la Candelaria los días dos de febrero y comparten una noche entrañable todos los vecinos, pasando el testigo a los más pequeños para que no decaiga la tradición.

Dolores Caballero 
 30 de enero de 2015