jueves, 24 de octubre de 2013

La esperanza de un pueblo.

Terminaba mi trabajo. Subía a recoger a mis hijos del colegio y al pasar por el bar de mi aldea estaba el correo. Salían los niños del colegio y él esperaba para verlos pasar. Mostraba la alegría de lo bonito que es ver salir tanto niño junto de la escuela, calle abajo, corriendo hacia sus casas o hacia el parque. Expresaba su melancolía al recordar su aldea ahora sin escuela y sin apenas niños.

Todo esto viene a decirnos el revuelo que se arma en mi aldea cuando alguien está en estado de buena esperanza, subrayando, ¿por qué no?, la palabra «esperanza». El parque es un cuchicheo al comentario de «¿Sabes quién está embarazada?» Es la comidilla de la tienda, la charla del paseo, un hervidero.

Antiguamente, esta pregunta era más bien para anunciar una desgracia, pues por un lado estaba mal visto en caso de no estar casada y, por otro, porque quizás era el décimo o el siguiente. Hoy, con uno basta.

Es la primera vez que se cierra una clase en el colegio de mi aldea. Eso causa tristeza. Todos sabemos lo mucho que se necesitan los niños en las aldeas. Es signo de vida, de prosperidad y de seguir existiendo, aunque influyan también factores sociales y económicos.

No obstante, mientras más niños, más posibilidades de seguir en el tiempo, de transmitir esa tradición oral tan valiosa para los que aquí nacimos y seguimos viviendo. Fulanita hizo esto, Menganita lo otro, esto se hizo así, lo otro, «asao»:  historias nuestras, propias, que nos dan carácter, que cuentan nuestros abuelos a nosotros mismos y nosotros a nuestros hijos...

La noticia es el embarazo, la continuidad, la causa y el efecto, el cartero que espera recoger esa felicidad y seguir repartiéndola: la esperanza de un pueblo.

Carmen Capilla

No hay comentarios:

Publicar un comentario